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Somos el corazón de la educación

Susan Hopgood, Presidenta, Internacional de la Educación [1]

Más de 130 países se comprometieron a priorizar la educación en la Cumbre de Naciones Unidas para la Transformación de la Educación (TES, por sus siglas en inglés), que convocó a dirigentes mundiales en septiembre en Nueva York. El llamamiento a la acción sobre financiación educativa instó a todos los países a tomar acciones concretas para “invertir más en educación, de forma más equitativa y eficiente”.

Entre las acciones propuestas para transformar la educación reflejadas en las Declaraciones de Compromiso de los diferentes países, el 80 por ciento destaca uno o varios aspectos relativos al  aprendizaje digital. Dos tercios asumen compromisos para mejorar el acceso, tanto a internet como a dispositivos digitales. Aquellos países en los que esto supone un desafío financiero importante se comprometen firmemente a “establecer, o fortalecer, alianzas público-privadas” con los proveedores tecnológicos.

Sin embargo, aún con el reconocimiento explícito, por parte de la mayoría de los países, de la importancia de la formación docente, la gran ausente de los compromisos nacionales es la inversión en la profesión. A pesar de que la UNESCO estima que harían falta alrededor de 69 millones de docentes más para poder alcanzar una educación de calidad de acceso universal, medidas para abordar la escasez de docentes brillan por su ausencia. Algunos países se refieren a la necesidad de mejorar las condiciones laborales del profesorado, pero solo dos hablan de mejora salarial.

Nunca podremos transformar realmente la educación si el financiamiento educativo se dirige hacia las empresas tecnológicas, con la vana esperanza de encontrar una `solución mágica´ para alcanzar la educación de calidad, a costa del derecho de cada estudiante a tener docentes cualificados, debidamente respetados y apoyados, con planes de estudio integrales, en entornos de aprendizaje adecuados.

El dilema del aprendizaje digital

Si bien en los últimos tiempos, y particularmente durante la pandemia, millones de docentes se han visto abocados a utilizar todo tipo de ‘hardware y software’ en su práctica pedagógica cotidiana, la evidencia del impacto positivo que esto ha tenido en los procesos de enseñanza y aprendizaje es todavía escasa.

Es necesario ampliar la investigación a nivel mundial sobre los efectos del uso generalizado de la tecnología en estudiantes y docentes, en los diferentes contextos. Esta debe valorar el impacto en la libertad académica, las condiciones de trabajo, la calidad de la educación, así como en la gobernanza y privacidad de datos. Un estudio reciente de la Internacional de la Educación desvela cómo el uso de nuevas tecnologías puede agotar al docente. El tecno-stress existe, y parece claro que, del mismo modo que nadie discute el derecho al acceso, el “derecho a desconectar” debería estar garantizado contractualmente.

Debemos explorar también el impacto en el desarrollo del estudiante, en su salud física y mental. Por último, y no menos importante, es necesario evaluar si las tecnologías digitales están abordando las desigualdades educativas, o profundizándolas. Hemos de diseñar e implementar cuidadosamente el uso de la tecnología en el aula con un enfoque de equidad, poniendo en el centro de las políticas educativas al alumnado más desfavorecido.

Las escuelas dependen cada vez más de la infraestructura digital, así como de los recursos y herramientas proporcionados por la industria tecnológica. En un contexto en el que actores comerciales tecnológicos desempeñan un papel cada vez más importante en el sector de la enseñanza, algo que, inevitablemente, introduce intereses privados con fines de lucro en la educación pública, es más necesario que nunca  cuestionar, y superar, cualquier enfoque comercial basado en datos en el sector de la educación.

El uso de la recolección de datos relacionada con la huella digital debe respetar la privacidad de estudiantes y docentes, y servir a los más altos estándares éticos. En este sentido, es esencial la financiación y el desarrollo de plataformas tecnológicas públicas, de código abierto, que no dependan de una recolección masiva, y con fines de lucro, de los datos del estudiante.

En definitiva, hemos de ir más allá de lo anecdótico, y del omnipresente márketing, para poder hablar del potencial real de las tecnologías de la educación en el aula. Este potencial es grande —siempre y cuando tengamos muy presente nuestro objetivo último: garantizar una educación pública, gratuita y de calidad, para cada estudiante.

El profesorado, no la tecnología, es el corazón de la educación

Tecnología no equivale a innovación educativa. La principal fuente de innovación eficaz es la profesión docente, como se puso de manifiesto durante la pandemia. Hemos de promover una cultura colaborativa en el campo educativo y abordar la falta de estructuras y procesos relativa a la gobernanza y la evaluación continua de las tecnologías digitales implantadas en las escuelas.

La profesión docente debe participar, a través de comunidades de aprendizaje, valorando y compartiendo experiencias y utilizando diferentes tipos de tecnología —incluyendo las analógicas, y otras tecnologías de uso generalizado— en el aula. Sin embargo, el 45 por ciento de docentes encuestados en el estudio arriba mencionado, afirmaba no haber sido consultado nunca en el proceso de selección de tecnologías educativas.

Los sindicatos de la educación asumen un papel clave a la hora de catalizar todas estas conversaciones en torno al aprendizaje digital, de manera que este pueda ser integrado por el profesorado para desarrollar estrategias pedagógicas realmente innovadoras. Solo cuando el personal docente participe, de manera significativa, en la toma de decisiones sobre las tecnologías de la educación, éstas podrán servir para mejorar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje.

Pero antes, es necesario abordar lo esencial: mejorar la condición de la profesión docente en el mundo. Una transformación real de la educación requiere que los gobiernos aborden la escasez de docentes a nivel mundial, haciendo de la docencia una profesión más atractiva, con condiciones de trabajo dignas. En este Día Mundial de las y los Docentes, hacemos un llamamiento urgente a todos los gobiernos para que den un paso al frente y hagan su parte: invertir en la profesión docente. Involucrar, confiar, escuchar y respetar al personal docente. Expandir y estimular sus ideas creativas, ya que éstas, y no las computadoras, son las que hacen posible un aprendizaje de calidad.

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[1] La Internacional de la Educación es la federación sindical internacional que reúne a organizaciones de docentes y otros trabajadores y trabajadoras de la educación de todo el mundo. A través de 383 organizaciones afiliadas, representa a más de 32 millones de docentes y personal de apoyo educativo en 178 países y territorios.

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